miércoles, 22 de junio de 2011

Colonialidad, subalternidades y emancipaciones en Nuestra América. Apuntes para problematizar el lado oscuro del Bicentenario

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...dinámicas de la colonialidad y el despojo antes y después de los procesos "independentistas", en una clave crítica y con ánimo de repensar nuestro presente y futuro...

Colonialidad, subalternidades y emancipaciones en Nuestra América. Apuntes para problematizar el lado oscuro del Bicentenario - Hernán Ouviña


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miércoles, 1 de junio de 2011

Ramon Rodrigues Ramalho: Cuba vive en el presente nuestro futuro de otra manera: posibilidad de la lucha por la emancipación política para convertirse en emancipación humana en América Latina


Momento: La potencia de los conceptos: Debates contemporáneos para pensar la política
Ramon Rodrigues Ramalho
Alumno Maestría de Investigación en Ciencias Sociales, FSOC, UBA. Dr. Eleodoro Lobos, 212, depto 7, Caballito, Cap. Federal, (54-11) 49026544, ramon.ramalho@terra.com.br
Resumen
La emancipación política se caracteriza por 1) Estado laico; 2) Sufragio universal; 3) Estado de Derecho (extendido a todos indiscriminadamente): pero, a pesar de significar cierto avance, al consolidar la escisión de la vida en dos esferas contrapuestas, la sociedad política y la sociedad civil, percibimos el carácter estrecho y meramente formal de ese modo de emanciparse. La emancipación humana, a su vez, supera los constreñimientos de la primera y restituye al hombre su propio mundo humano, hasta entonces reglamentado por fuerzas ajenas a los individuos o grupos. A partir de la lectura de Florestan Fernandes sobre la revolución cubana, cuestionaremos la posibilidad de que la lucha por el efectivo logro de la emancipación política llevará, potencialmente, rumbo a la emancipación humana como rasgo característico para Latinoamérica, es decir, si la “revolución dentro del orden” – tras la necesidad de su paulatina radicalización – no termina por conducir al socialismo. A pesar de las diferencias fundamentales del contexto cubano, podemos generalizar algunos de sus rasgos a toda Latinoamérica: 1) la burguesía nativa es incapaz de realizar la revolución burguesa (el Estado no es totalmente laico, el sufragio es problemático y poco legitimado, el Estado de Derecho no alcanza a los pobres), principalmente por su acomodamiento en la dependencia estructural del capital internacional: de este modo su propensión a protegerse en el imperialismo es mayor que su inclinación a reformas político-sociales; 2) la apropiación del excedente es dual, siendo que apenas una pequeña fracción no migra a los países “centrales”, lo que quita gran parte de la potencialidad material de la burguesía nativa – por tanto, esa burguesía no muestra capacidad de cumplir con el desarrollo político típico de la sociedad burguesa. En ese contexto, cuando la burguesía es incompetente de dar soluciones democráticas, cabe pensar que la lucha política se transformará en lucha social contra el orden burgués. Por último, dentro de este marco, buscaremos las convergencias teóricas de ese cuestionamiento con la idea de las “consignas transitorias” del programa de transición trotskista y la noción de “nacionalismo burgués” (eludir a la diferencia de clases para movilizar proletario a fines ajenos) en contra posición con el “nacionalismo popular” (defensa de lo “nuestro”, de lo “común”, de “nuestra tierra”).

Introducción
Para leer ese texto se debe tener en cuenta 1) que las citas están fuera de contexto, pues la intención del trabajo es exactamente pensar lo apropiado de las afirmaciones sobre la revolución cubana (1959) y del programa de transición (1937) para la actualidad del alzamiento revolucionario en América Latina; 2) la diferenciación conceptual que hace Marx entre la emancipación política, estrecha y parcial, frente a la emancipación humana, universal, a partir de la constatación de que a emancipación política se consolida al fijar la escisión de la vida del hombre moderno, que algunas veces está en la sociedad política – cuando piensa en el todo social, en el bien común, la voluntad general, por ejemplo durante las elecciones – y la mayor parte del tiempo está en la sociedad civil – donde tiene su trabajo, tiene sus bienes y vive su vida, creyendo ser naturalmente una mónada aislada, un individuo egoísta; 3) las peculiaridades del contexto cubano que no pueden ser olvidadas: el impasse crónico entre dependencia y sentido de autonomía nacional llegó a un nivel insuperable, fermentado el radicalismo-nacional en la población, desde las capas más marginales hasta ciertos sectores de la burguesía, fraccionando así drásticamente el bloque histórico hegemónico (Florestan, 2007, p.92), pues la tutela conservadora y reaccionaria de los Estados Unidos impuso una condición neocolonial que inviabilizaba mismo la idea remota de una nación autónoma, y eso frente a una socialización política revolucionaria in crescendo desde mucho antes, por ejemplo en el culto a José Martí (Florestan, 2007, p.116).

1) La revolución nacional-democrática como revolución socialista – imposibilidad del logro de la emancipación política bajo orden burgués en América Latina

“¿Sería posible entender la América Latina contemporánea sin tentar explicar lo que representa la revolución cubana y el socialismo en Cuba en las relaciones (y en las luchas) de las naciones periféricas contra las naciones centrales? (Florestan, 2007, 22). Lo cierto es que la revolución cubana define un suelo histórico común y un futuro político compartible a toda América Latina (Florestan, 2007, 26); sea inmediatamente, exigiendo que tomen posición los actores políticos del continente, cuando la izquierda tiene que rever la contención de su radicalismo político y su apoyo decidido al nacionalismo burgués; sea profundamente, al cuestionar el desarrollismo y la civilización occidental por consecuencia del proyecto socialista. “La revolución cubana forzó una redefinición de las polarizaciones de lealtades, con referencia a los patrones de integración social que corresponden a las alternativas de desarrollo de nuestro sistema civilizatorio.” Al mismo tiempo que redefine la intervención estadunidense junto a gobiernos y opinión pública buscando fortalecer adhesión a propuestas neoliberales  y accionando la contrarrevolución preventiva como modus operandi; también introduce la experiencia socialista en las Américas y convierte en realidad histórica la opción revolucionaria para las opciones de cambio social (Florestan, 2007, 23), así como la posibilidad paradigmática de sacar a América Latina de esa “constante de las revoluciones interrumpidas” (Florestan, 2007, 335): “Quedó patente que cualquier país latino-americano tenia al alcance de sus manos una salida revolucionaria para sus dilemas, insolubles dentro del capitalismo.” (Florestan, 2007, 336).
La revolución cubana victoriosa es lo novedoso para nuestro continente, pues hasta entonces se repetía en Cuba la historia de América Latina, quiere decir, “… las tales revoluciones que no se concluyen, que se paralizan porque la burguesía no es una burguesía de país con un desarrollo capitalista autónomo, ella está sujeta a una dominación externa.” (Florestan, 2007, 329). Cuba deja en claro que la revolución se hace necesaria para todo el continente como única respuesta plausible a las contrarrevoluciones de la burguesía – que pasan a ser preventivas –, a las dictaduras, a las “autocracias burguesas” y, hoy, a la decadencia de la democracia representativa por su sustitución por la democracia participativa directa: deja en claro, además, que las burguesías nacionales son esencialmente incompetentes para realizar y fijar la construcción política democrática que la propia sociedad burguesa inaugura históricamente.

Quiere decir que la salida no se da más por la burguesía, que ahora es una burguesía internacionalizada, con una economía internacionalizada aliada al imperialismo de una manera tal que ella está paralizada, ella no puede avanzar más que a través del desarrollo acelerado. La única cosa que ella sabe hacer es modernizar e incorporar las economías capitalistas internacionales, absorber patrones de capitalismo avanzado…” terminando por marginalizar gran parte de la población (Florestan, 2007, 330).

El capitalismo se demostró “…incapaz de introducir en América Latina el ciclo de sus revoluciones típicas”, oscilando entre el conservadorismo, la revolución política en las cúpulas y las reformas de superficie, culminando en la contrarrevolución preventiva como forma desarrollada de defensa (Florestan, 2007, 335). Desde este punto de vista, un resumen del argumento presentado es ese: “Donde la revolución burguesa se revela impracticable, porque la propia burguesía es incapaz de conducirla [….] la revolución socialista […] se afirma como la única alternativa posible al desarrollo capitalista.” (Florestan, 2007, 148).
Una peculiaridad recurrente del desarrollo dependiente del capitalismo en América Latina es la conformación de una burguesía nacional también dependiente que no posee siquiera las bases materiales para realizar la emancipación política, pues el excedente creado en la producción es apropiado de manera dual, lo que debilita su base económica e instiga a la competencia dentro de la propia clase burguesa nacional. Las burguesías nativas de Latinoamérica no vivieron el “momento glorioso” que “…encadenó la revolución industrial a la revolución nacional y democrática a través del capitalismo.” Por eso, “…ellas […] no consiguen absorber socialmente las presiones radicales de las clases desposeídas: no existen más condiciones estructurales y dinámicas para asociar el cambio social progresivo a las “revoluciones dentro del orden”” (Florestan, 2007, 29).

La apropiación dual del excedente económico nacional – una porción se queda dentro de los países que lo generan, en las manos de las burguesías dependientes; la parte del león es drenada para fuera y mordida por las burguesías centrales – convierte la base económica de la dominación burguesa muy débil y vulnerable. En suma, al mismo tiempo en que pierden las condiciones materiales para desempeñar sus tareas más creadoras, las burguesías dependientes se ven forzadas a intensificar, en todos los niveles, su egoísmo de clase y se acojonan (apavoram) delante de la lucha de clases (o de sus efectos sobre el cambio social más o menos incontrolable). Su margen de poder de negociación (barganha) con los extractos divergentes de la clase media y principalmente con las clases trabajadoras y las masas de la población pobre es tan reducida que ellas poseen bajísimo poder de cooptación – teniendo así que compensar su propia debilidad por medio de formas tiránicas [] de represión y opresión. Como consecuencia “natural”, su impulso reformista es casi nulo y su propensión a protegerse en el imperialismo y de sus técnicas policíacas o militares de “control del cambio social revolucionario”, muy alto (Florestan, 2007, 28).

El desarrollo dependiente de la burguesía sobre la base de esa apropiación dual del excedente genera una peculiar situación consistente en que el elevado desarrollo interno de las fuerzas productivas sobrepasa su carácter nacional, así como al mismo tiempo consideradas esas fuerzas productivas internas al país de modo aislado, ellas son insuficientes para la nacionalización, para la producción colectivizada a niveles nacionales (Trotsky, 2007, p.132).
El desarrollo híper-tardío (Chasin, 2000) del capitalismo latinoamericano llevó por fin a la decadencia de la consciencia burguesa en el siglo XX al convertirse en mera administradora de la adopción interna de los matices técnicos venidos desde los países centrales (como las “doctrinas Monroe” o los “consensos de Washington” y semejantes.). “Se convirtieron en técnicos y trabajan con una tecnología económica, que no aumenta la racionalidad de la consciencia social sino, directamente, la eficacia de los controles establecidos “dentro del orden” y en los límites de la “reproducción del orden”.” En consecuencia “… la burguesía se muestra incapaz de conciliar los intereses particulares de clase a los intereses colectivos de la nación, dejando al desnudo la irracionalidad del capitalismo como forma social de producción, de organización de lo social y de ordenación del Estado…” (Florestan, 2007, 30). Sin bases materiales, reproduciendo la necesidad de dependencia en consonancia con su insuficiencia teórica (proyecto de nación, identidad nacional, etc.), que le exige la constante reproducción del orden en contra de los anhelos populares, esa burguesía es incapaz de encarar una lucha seria por la verdadera independencia nacional, por la soberanía de hecho, contra la dominación imperialista, porque ella teme desencadenar un movimiento de masas de los trabajadores del país, que amenazaría su propia existencia (Trotsky, 2008, p.138), una vez que esos estamentos dominantes concluyen que no pueden “…salvar sus intereses juntamente con la creación de una sociedad nacional (esto es, no-colonial).” (Florestan, 2007, p.63).
Las elites originadas en el sistema colonial (las oligarquías, los “hacendados”) no poseen una situación de intereses que los haga comprometerse a “la emancipación nacional y a la constitución de un Estado soberano, sino a la continuidad del status quo…” (Florestan, 2007, p.49) oscilando entre una “…fuerte propensión pro-imperialista y un retraimiento protector” (Florestan, 2007, p.103). En verdad, como los estratos más organizados y poderosos poseen intereses simétricos, se empeñan en el sabotaje de la revolución nacional, de la conquista de la soberanía nacional y la real democracia interna (Florestan, 2007, p.71), generando un impasse interno crónico por la existencia permanente de un proyecto político global ajeno y fundado en la determinación de consolidar supranacionalmente el poder imperial (sin dominación directa) (Florestan, 2007, p.72y74).
Como la burguesía nacional para mantenerse en el poder adopta como estrategia “la capitulación negociada y la negación de la revolución nacional”, esas minorías se especializan en oprimir y reprimir siendo ese su “valor político” para el poder central. A saber “…dosificar la “violencia necesaria” sin dar demasiada visibilidad a su existencia y principalmente, a sus motivos reales”, impidiendo también que los potenciales conflictos sociales no eclosionen todo de una sola vez (Florestan, 2007, p.82). Esa situación deja la población oprimida “…sin cualquier soporte material o político de autodefensa y de auto-afirmación colectivas” – que tienen que ser creados por los propios oprimidos en su cotidianeidad – y “…involucra un terrible ejercicio permanente de la sumisión inducida, de lealtades compradas, de corrupción política y de alienación moral[1].” (Florestan, 2007, p.81). La revolución europea de 1848 ya había demostrando eso, que

…bajo condiciones más avanzadas, ninguna de las clases burguesas es capaz de llevar la revolución a su termino: la gran y mediana burguesías tienen vínculos demasiado estrechos con los terratenientes y el temor a las masas las inmoviliza; la pequeñoburguesía se presenta demasiado dividida, y en sus capas dirigentes se demuestra demasiado dependiente de la gran burguesía. Como evidencia todo el curso subsiguiente del desarrollo en Europa y Asia, la revolución burguesa por sí sola, en términos generales ya no puede consumarse (Trotsky, 2008, p.31).

La constatación de que el específico desarrollo capitalista latinoamericano se enlaza a la inviabilidad de la emancipación nacional (Florestan, 2007, p.67) no debe ser asociado a una “debilidad” de las burguesías nacionales, sino a una imposibilidad (Florestan, 2007, p.330), tal como nos demuestra las especificidades de ese desarrollo en la composición de la clase burguesa latinoamericana: la emancipación política nos hace imposible pues nos convertimos en una mera plataforma del sistema productivo mundial.

Y con eso toda una parte de América Latina es condenada a una dependencia que consigo preserva estructuras coloniales y neocoloniales y crea estructuras nuevas de relación dependiente que son permanentes. Y dentro de ellas el capitalismo no resuelve problemas que podría resolver. Él resolvió problemas que nosotros enfrentamos en América Latina, que no originarían una revolución y que serían resueltos en una escala de riqueza estadounidense, francesa, inglesa, alemana. En América Latina eso no es posible porque el excedente económico es apropiado […] dualmente: una parcela se queda en los países en las manos de las clases privilegiadas y otra parcela va para el exterior, va para los grandes bancos, para las grandes multinacionales, para las naciones poderosas, tanto la superpotencia como otras naciones hegemónicas. Lo que se queda en América Latina, en términos potenciales para que el capitalismo resuelva problemas técnicos de carácter humano, es tan poco que no da siquiera para enfrentar los problemas de los extractos más pobres de la pequeña burguesía. Con eso, entonces, nosotros tenemos una ecuación liquida: la salida es la revolución. (Florestan, 2007, p.332)

En Cuba esa situación simplemente se hizo insostenible (Florestan, 2007, p.85.). Veremos que los elementos de la lucha cubana contra el neocolonialismo se alinean por su similitud a la lucha actual por la soberanía nacional, contra las corporaciones multinacionales.
Esa “ecuación liquida” nos lleva a concluir que  “…la revolución burguesa se entrelaza con la primera etapa de la revolución socialista, para disolverse luego en esa última”, que la revolución nacional se confunde con la etapa de transición o de pre-transición al socialismo. “Para los países atrasados de Asia, América Latina y África, se vuelve una cuestión de vida o muerte la clara comprensión de la conexión orgánica entre la revolución democrática y la dictadura del proletariado, y por lo tanto, con la revolución socialista internacional.” (Trotsky, 2008, p.32)
Como la revolución nacional-democrática en América Latina sólo puede darse confundiéndose con la revolución socialista misma, pues no se puede realiza en el marco del orden burgués, con eso acentúa el carácter permanente de la revolución latinoamericana que suele darse por un tipo de torbellino, de saltos, suele poseer diferentes momentos, niveles, etapas, que deben ser permanentes si no queremos que la revolución se congele en alguno de sus momentos, lo que es una posibilidad siempre latente debido a la especialidad de esa burguesía nacional: apelar al imperialismo, administrar desigualdades y conflictos, crear redes clientelares, etc. La compulsión contra el orden neocolonial, o por la soberanía nacional, contiene tantos elementos radicales-burgueses “…que podrían contener la revolución nacional bajo el capitalismo, y componentes estrictamente anticapitalistas, que tenderían a llevar la revolución nacional hasta el fondo.” (Florestan, 2007, p.93). Además, las Constituciones, las Cartas Magna, siempre contienen normas ideales que nunca serán cumplidas en el orden burgués, creando un espacio político de legitimidad para ese debate y para que “… un movimiento de liberación nacional específicamente revolucionario puede sobrepasar rápidamente los límites de la conciencia burguesa y de la “revolución dentro del orden” e identificarse con una situación de intereses de clase revolucionaria…” (Florestan, 2007, p.30). A la luz propiamente del caso cubano:

Parecía que la revolución se quedaría interrumpida en un nivel burgués, nacional-democrático y de “reforma capitalista del capitalismo”. Sin embargo eso no sucedió. Dentro de una sociedad capitalista neocolonial no había como llevar la revolución para adelante dentro del capitalismo… porque para liberar la nación y para crear un Estado democrático soberano ella tenía que convertirse en una revolución contra el orden, o sea, anticapitalista.
 […] solamente en Cuba las clases privilegiadas, en sus extractos altos y medios, no pudieron congelar y corromper la última ambición de la revolución nacional y democrática. […]
Los combates a las iniquidades, a las desigualdades, a las deformaciones, a las cuales proscribían la democracia e impedían la aparición de un Estado nacional, fueron entablados (por la revolución cubana hecha como en “saltos”) sucesivamente, con afinco y hasta el fin… En resumen, el radicalismo nacional y democrático fue liberado para que surgiese de abajo para arriba, uniendo contra el orden existente todos los desheredados de la tierra. Por ahí se ven simultáneamente dos cosas. La “revolución dentro del orden”, fue un momento real de la revolución cubana. Duró poco y se extinguió deprisa porque sólo los desheredados de la tierra se movilizaron para luchar por ella. La “revolución contra el orden” se convirtió, alternativamente, en una realidad permanente y en aceleración creciente. Porque no había nada más a salvar del capitalismo y sólo el socialismo respondía al radicalismo nacional y democrático de la mayoría. (Florestan, 2007, p.30y35).

2) La revolución permanente

La revolución permanente se da en tres niveles: “En primer lugar, ésta encierra el problema del tránsito de la revolución democrática a la socialista. No es otro, en el fondo, el origen histórico de la teoría.” (Trotsky, 2007, p.26). Como los objetivos democráticos de las naciones burguesas atrasadas conducen, en nuestra época, a la dictadura del proletariado, la revolución democrática se convierte – o va convirtiéndose permanentemente – en revolución proletaria, socialista. En segundo lugar a nivel de socialismo, dentro de una sociedad socialista, en la “etapa” socialista: se da por el desarrollo continuo de las luchas internas, como de la técnica y de la cultura, revolucionando permanentemente la vida cotidiana, las relaciones laborales, familiares, etc. Cortando transversalmente ambos niveles está el carácter internacionalista de la revolución permanente como su tercer elemento: ella empieza en la arena nacional, se desarrolla en la internacional y termina siendo mundial.

La conciliación de los procesos desiguales de la economía y de la política se puede obtener únicamente en el terreno mundial. […] en general ninguno de los países del mundo, podría edificar el socialismo en su marco nacional: el elevado desarrollo de las fuerzas productivas, que sobrepasan las fronteras nacionales, se opone a ello, así como el insuficiente desarrollo para la nacionalización. […] las contradicciones pueden ser superadas únicamente en el terreno de la revolución mundial (Trotsky, 2007, p.132).
Si la opinión tradicional sostenía que el camino de la dictadura del proletariado pasaba por un prolongado período de democracia, la teoría de la revolución permanente venía a proclamar que, en los países atrasados, el camino de la democracia pasaba por la dictadura del proletariado. Con ello, la democracia dejaba de ser un régimen de valor intrínseco para varias décadas y se convertía en el preludio inmediato de la revolución socialista, unidas ambas por un nexo continuo. Entre la revolución democrática y la transformación socialista de la sociedad se establecía, por lo tanto, un ritmo revolucionario permanente (Trotsky, 2007, p.27).

Desde la incapacidad de la burguesía nativa para realizar la revolución nacional, es la alianza entre obreros y campesinos la que está llamada a realizar los objetivos fundamentales de la democracia: pero, la “lógica de su lucha directa por la consolidación de la dominación política” le planteará necesariamente problemas “puramente socialistas” en determinado momento del desarrollo de esa lucha, por ejemplo cuando cuestionar ciertos elementos del derecho de propiedad burgués (Trotsky, 2007, p.153).
“Un país que no haya realizado o consumado su revolución democrática, presenta peculiaridades de la mayor importancia, que deben servir de base al programa de la vanguardia proletaria.” Este programa debe en principio basarse en un programa nacional, examinándose las especificidades de ese país respecto al grado de desarrollo capitalista y el papel del proletariado en su economía. “Importancia no menor tiene la cuestión de saber si existe en el país un problema "popular" amplio y candente en cuya resolución esté interesada la mayoría de la nación y que exija las medidas revolucionarias más audaces.” Alzándose, por ejemplo, sobre el carácter agudo del problema agrario y el insoportable yugo nacional, mismo un “…proletariado joven y relativamente poco numeroso puede llegar al poder, sobre la base de la revolución nacional-democrática, antes que el proletariado de un país avanzado sobre una base puramente socialista.” (Trotsky, 2007, p.131).
Como la revolución democrática es tarea del proletariado y él “…no puede conquistar el poder dentro del marco legal establecido por la burguesía.” (Trotsky, 2008, p.26), “El proletario organizado como clase dominante” se identifica con la dictadura del proletariado convirtiendo la democracia efectiva en los países de desarrollo capitalista tardío en democracia proletaria. Como las “…formas y métodos de dominación de la burguesía en los distintos países son extraordinariamente variados” se deduce “…que la dictadura del proletariado tendrá asimismo en los distintos países capitalistas un carácter extremadamente variado, en el sentido de la base social, de las formas políticas, de los objetivos inmediatos y del impulso de actuación.” (Trotsky, 2007, 132); así como podrán ser más libres y flexibles las formas que adoptará la dictadura cuanto más Estados tomen el camino de la revolución socialista, ampliando y profundizando así la democracia obrera (Trotsky, 2008, 27). Aquí vemos la relación directa entre el tercer y el segundo momento de la revolución permanente. “Marx, luego contrapuso el Estado del tipo de la Comuna (de Paris) al Estado capitalista. Este “tipo” más tarde asumió la forma mucho más precisa de soviets (consejos). En la actualidad, no puede haber un programa revolucionario sin soviets y sin control obrero.” (Trotsky, 2008, p.31).
Si es importante subrayar que una vez alcanzado un periodo revolucionario (o pre-revolucionario) esas consignas democráticas estarán superadas por el propio contexto, debiéndose abandonarlas pues servirán más bien para congelar el proceso revolucionario, ya que ellas generarán desorientación, cooptación de los impulsos revolucionarios y retorno al poder de la clase gobernante en bancarrota (Trotsky, 2008, p.115); mientras seguimos en la primera fase de la revolución permanente, la capitalista, las tareas centrales de los países coloniales y semicoloniales se ponen en la revolución agraria y la independencia nacional, es decir, el sacudimiento del yugo imperialista, dos tareas estrechamente vinculadas entre sí. Vemos que la revolución en América Latina tendrá un carácter extremamente diversificado, lo que deriva de su desarrollo típicamente combinado al reunir “…al mismo tiempo las formas económicas más primitivas y la última palabra de la técnica y de la civilización capitalista”, lo que determina la política del proletariado en esos países, pues él “…está obligado a combinar la lucha por las tareas más elementales de la independencia nacional y de la democracia burguesa con la lucha socialista contra el imperialismo mundial, las reivindicaciones democráticas…” demostrando que “…las tareas de la revolución socialista no están separadas en la lucha por etapas históricas distintas sino que surgen inmediatamente las unas de las otras.” Por tanto es “…imposible rechazar pura y simplemente el programa democrático; es necesario que las masas por sí mismas sobrepasen este programa en la lucha”, sino que se debe “…ante todo armar a los obreros con este programa democrático. Sobre a base de programa democrático revolucionario es necesario oponer los obreros a la burguesía “nacional”.” En el desarrollo de la lucha por las consignas de la democracia revolucionaria la movilización llegará a una etapa en la cual deberán surgir los consejos obreros, siendo el peso específico de las diversas reivindicaciones democráticas, su ligazón reciproca y su orden de sucesión, determinado por las particularidades y las condiciones propias de cada país de desarrollo tardío-dependiente: por eso la cuestión del “nacionalismo” que en los países desarrollados “…se ha convertido en el más dañino de los frenos históricos […] aún permanece como un factor relativamente progresivo en los países atrasados que se ven obligados a luchar por una existencia independiente.” (Trotsky, 2008, p.94-5).
Por ejemplo los movimientos emancipatorios de cuño étnico en contra de la opresión imperialista pueden ser vistos como  “…uno de los movimientos más importantes y poderosos en contra del orden existente y, por lo tanto, exige el apoyo incondicional e ilimitado…” – vemos como la lucha por la independencia, por la soberanía, y el nacionalismo, en sus diferentes fases, pueden ser una palanca para la revolución socialista (Trotsky, 2008, p.32). El Patriotismo popular, del carpintero, del obrero agrícola, de la lavandera “…es la expresión confusa de la desconfianza hacia el imperialismo”: “…en el patriotismo de los oprimidos, hay elementos progresivos que reflejan, por un lado, el odio contra la guerra destructora y, por el otro, su apego a lo que creen que es su propio bien.” (Trotsky, 2008, p.86).

La regla en América Latina (no en los Estados Unidos; pero también en Canadá) consiste en que las revoluciones nacionales victoriosas eran lideradas y frenadas por los estamentos privilegiados dominantes. En realidad, la revolución nacional significaba, como punto de partida, una nativización de los controles económicos, sociales y políticos – incluso en el nivel del poder político estatal: surgió un Estado despótico, menos “nacional” que estamental, oligárquico, esclavita (en muchos casos) y antipopular (su órbita democrática era restricta y sólo poseía plena eficacia para los estamentos (…) extrañamente antinacionales  o extranacionales) (Florestan, 2007, p.94).

Como la revolución nacional pone en tema la soberanía nacional, ella se impulsa también en contra de la burguesía entreguista, “vendepatria”; eso, en la revolución cubana, hizo disipar la impregnación idealista burguesa, de cambios circunscriptos al interior de la sociedad política, lo que frenaría la revolución (Florestan, 2007, p.96). Con todo, vemos como la idea de nación puede arrastrar con ella “…la construcción de un orden social enteramente nuevo y socialista” (Florestan, 2007, p.97), pues el despliegue de esa lucha por la soberanía, en sus elementos y reclamos específicos, va haciendo comprensible el contexto general y la extensión del fenómeno de la dependencia y del subdesarrollo (Florestan, 2007, p.108). En Cuba, la revolución nacional fue tan similar al socialismo que es difícil decir cuando se dio el pasaje en el cual se ha terminado el periodo de la revolución nacional con sus tareas ya cumplidas, y cuando empiezan las tareas de la construcción socialista (Florestan apud Pino Santos, 2007, p.141).
Si bien la deficiente base económica imposibilita a la burguesía de realizar la emancipación política, pues ella no puede convocar al necesario periodo revolucionario nacional-democrático correspondiente, esa debilidad intrínseca al desarrollo capitalista hípertardío-dependiente no se transfiere al proletariado como imposibilidad sino apenas como dificultad, a ser sanada a partir de las especificidades de ese desarrollo combinado característico de los países atrasados en convergencia con una política revolucionaria suficientemente competente. Eso porque en el periodo revolucionario se opera una autonomía de lo político, ya que la movilización social en la catarse revolucionario posibilita que la “voluntad” política produzca cambios en las raíces del sistema social, lo que es imposible bajo régimen el burgués al escindir la sociedad política de la civil (Marx, 1995); permite, por fin, producir el necesario vínculo entre revolución nacional y revolución socialista. Como la revolución nacional sólo puede ser realizada por los oprimidos organizados y sólo se puede realizar, por su vez, con la conquista del poder, se genera entonces una autonomía del factor político en la revolución.

Lenin fue el primero en observar la autonomía del político en el contexto de una revolución socialista. En el propio flujo de la implantación del régimen soviético, él percibió que el control del poder por la mayoría confería a los revolucionarios la posibilidad de llevar a revolución hasta el fin y hasta el fondo. De hecho, en contraste con la revolución burguesa, la revolución proletaria no crece por el solapamiento gradual del orden existente. El despotismo de la clase burguesa posee tres bases distintas (la empresa, las instituciones-clave de la cultura y el Estado nacional). Por consiguiente la revolución contra el orden sólo se libera y se vuelve viable después de la conquista del poder por las clases trabajadoras (o por una vanguardia, que se identifique con las clases trabajadores, actúe en nombre de ellas y con su apoyo). Eso explica la autonomía de lo político en términos muy elásticos y muy amplios – no ciertamente para “hacer cualquier cosa” sino para ajustar la revolución a ritmos históricos que no son previsibles de antemano (o sea, que no son anticipados por la vía teórica… (Florestan, 2007, p.31).

Por tanto, mismo aunque no estén los elementos objetivos necesarios a la confirmación de la sociedad socialista, la autonomía de lo político puede suplir esa deficiencia, así como otras: “…la revolución cubana nunca se volvería socialista en función de las “condiciones objetivas” de que podría disponer para la implantación del planeamiento. Las revoluciones tienden a conferir autonomía al elemento político; las revoluciones sociales reproducen esa condición en escala más elevada y a partir de Cuba, esa autonomía aparece en su nivel máximo.” (Florestan, 2007, p.162). Esa autonomía del político permite, por ejemplo, la revolución desde el poder[2], tal como se dio en Cuba, donde el voluntarismo del la vanguardia revolucionaria se encontraba inteligentemente con aquel contexto al constituir “…una respuesta a las exigencias y a las potencialidades de la situación histórica.” (Florestan, 2007, p.32).
La metáfora de la revolución por saltos, como fases que se superan en un modelo torbellino (turbilhonar) se hace así extremamente producente:

…acompañar la lógica viva de la revolución cubana, en los varios saltos sucesivos que ella (o mejor, los revolucionarios con el apoyo del pueblo cubano) se veía forzada a osar (ousar). Ese recorrido nada tenía que ver con una superposición de varias tentativas reducidas. Al contrario, cada momento presupone un significado principal, que no se pierde en seguida. Las fuerzas revolucionarias se acumulan y, friccionándose, generan la aceleración en espiral, por la cual un nivel (patamar) más complejo de la revolución pasa a ser el punto de partida una evolución subsecuente, aun más compleja; eso indefinidamente… (Florestan, 2007, p.33)

Esa parece ser una característica del periodo de pre-transición al socialismo: la revolución por saltos. Pero no en el sentido de saltarse una fase, sino como metáfora para aquella competencia de carrera de obstáculos, lo que se vincula más bien a los ritmos que va asumiendo la revolución, desde el capitalismo al socialismo pasando por sus periodos de transición, hasta la revolución mundial: “la revolución se adelanta (ultrapasa) varias veces” (Florestan, 2007, p.211). La lucha por la pobreza y contra el subdesarrollo por vía socialista genera “…un movimiento revolucionario dramático, de vaivén, zigzagues, oscilaciones, en el cual las transformaciones cualitativas proceden menos de una acumulación de fuerzas revolucionarias que de saltos bruscos…”, determinados de arriba para abajo en el caso cubano (Florestan, 2007, p.315). “El movimiento obrero de la época de transición no tiene un carácter regular y homogéneo sino febril y explosivo. Las consignas, lo mismo que las formas de organización, deben estar subordinadas a este carácter del movimiento. Huyendo de la rutina como de la peste, la dirección debe prestar atención a la iniciativa de las masas.” (Trotsky, 2008, p.71).

3) El programa de transición: de las consignas democráticas a la dualidad del poder como eminencia de la revolución socialista

En el contexto de un desarrollo capitalista hípertardío-dependiente y combinado, la estipulación de “consignas transitorias” se hace importante pues, en vez de proporcionar un plan teórico a priori, se debe realizar el balance de la experiencia ya acumulada, siendo justamente eso lo que armará un sistema de consignas transicionales capaces de unificar a las masas para una lucha revolucionaria por el poder (Trotsky, 2007, p.40). Como “…las masas solo pueden ser arrastradas a la lucha sobre la base de un programa revolucionario que se corresponda con sus necesidades más urgentes” (Trotsky, 2007, p.133) se impone la “…aptitud para basar el propio programa en la experiencia de las propias masas”, ayudando “…a las masas con criterios, consignas y reivindicaciones transitorias apropiadas a descubrir la realidad, a distinguir lo que hay de concreto en el fondo de las abstracciones fraudulentas” (Trotsky, 2007, p.85), es decir, consignas que posibiliten ir develando la realidad, desnaturalizando la opresión en sus diversas formas específicas, influyendo “…en el proceso de sus luchas cotidianas a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de las amplias capas de la clase obrera y conduciendo a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado.” Si la socialdemocracia clásica no tenía un puente entre el programa mínimo y el máximo, se supone que esa deficiencia se resuelve con la estrategia de las consignas transitorias. (Trotsky, 2007, p.69). De lo dicho no es difícil ver la similitud de esa estrategia trotskista y la actitud revolucionaria del grupo de Fidel.
La idea de las consignas transitorias es ayudar a las masas para superar las ideas, métodos y formas heredadas (Trotsky, 2007, p.217), es proporcionar a los obreros algunas consignas concretas que respondan a sus necesidades inmediatas y al mismo tiempo conduzcan dialécticamente a la conquista del poder por la violencia, desarrollando “…un programa concreto de acción y de reivindicaciones en el sentido de que este programa de transición surge de las condiciones actuales de la sociedad capitalista, pero conduce inmediatamente más allá de los límites del capitalismo.” (Trotsky, 2007, p.195). El “sentido” de las reivindicaciones transitorias es el de ir dirigiéndose cada vez más de forma resuelta y abierta contra las bases del régimen burgués. El viejo programa mínimo se va sustituyendo constantemente por el programa de transición, cuyo objetivo es una movilización sistemática de las masas progresivamente a partir de las reivindicaciones transitorias, que se aclaran cada vez más como dirigidas contra las bases del sistema capitalista al captar los nudos de conexión de cada reclamo particular como un ejemplo de la miseria particular y la miseria universal. El programa mínimo se ve superándose permanentemente por las consignas transitorias a por su vez se sobrepasan constantemente hasta que aquel primer programa mínimo se vea convertido en un programa máximo en el desarrollo de la lucha (Trotsky, 2007, p.70). El programa de transición debe traducir las ideas fundamentales del socialismo en ideas más “…particulares y más concretas, según la marcha de los acontecimientos y la orientación y el estado de ánimo de las masas.” Se trata de apoyar toda reivindicación, aunque sea insuficiente, parcial, si ella es capaz de llevar a las masas a una política más activa, aunque sea en alguna medida (Trotsky, 2007, p.86): “…sin sostener ni desarrollar las ilusiones de las masas, es necesario apoyar con todas las fuerzas la desconfianza progresiva (permanente) de los oprimidos hacia los opresores.” (Trotsky, 2007, p.87).
Los comunistas deben tener la noción del todo, de que cada miseria particular es apenas un ejemplo de la miseria universal que sufre el hombre, que cada insuficiencia de la vida se basa en la estructura del modo de producción capitalista y la relación entre capital y trabajo para fines de autovalorización del valor. No se trata por lo dicho de hacer que las masas adhieran a las consignas revolucionarias, sino de que los revolucionarios hagan suyas las consignas de las masas, poniendo de relieve las conexiones entre cada reclamo parcial y el problema general, universal, en sus múltiples relaciones, a través del diálogo, de una pedagogía dialógica, profundizando la percepción de las masas sobre la realidad y la percepción del partido sobre las condiciones reales que hacen posible, más por un lado que por otro, dar el impulso a la radicalización, por ejemplo si hay una gran cuestión nacional en boga. El partido aprende en ese diálogo a tener la sensibilidad necesaria tanto para hacer las consignas suyas como para saber como se debe hacer de modo apropiado ese puente entre la reivindicación parcial y la general; como hacer efectivo ese camino permanente desde la comprensión del todo a través del proceso de lucha, que hace radicalizar cada vez mas la noción sobre el contexto general en el cual se circunscribe esa lucha, llevando consecuentemente a la radicalización de la propia lucha. No es una cuestión, por tanto, de saber si una reivindicación es posible, plausible, o no – eso se determina apenas por la lucha misma; es cuestión de saber si esa reivindicación sirve de impulso revolucionario; importa menos si se ha logrado efectivamente los resultados inmediatos que la percepción sobre la profundidad y la totalidad de su problema. En suma: “…encontrar los lazos y conducir a las masas hacia la idea de la toma revolucionaria del poder.” (Trotsky, 2007, p.217).

Si el capitalismo es incapaz de satisfacer las reivindicaciones que surgen infaliblemente de los males por él mismo engendrados, debe morir. La “posibilidad” o la “imposibilidad” de realizar las reivindicaciones es, en el presente caso, una cuestión de relación de fuerzas que sólo puede ser resuelta por la lucha. Sobre la base de esta lucha, y al margen de cuales sean los éxitos prácticos inmediatos, los obreros comprenderán mejor la necesidad de liquidar la esclavitud capitalista (Trotsky, 2007, p.71).

En términos estrictos el programa de transición debe incluir las reivindicaciones más sencillas llenando los espacios vacíos entre las condiciones actuales y los soviets del futuro, sabiéndose que es imposible prever el desarrollo desde esta reivindicación hasta la consigna de la creación de un soviet obrero (Trotsky, 2007, p.217-8). El “puente” que realiza las consignas de transición debe mucho de su poder a su capacidad relacional: dejan un sendero abierto que al recorrerlo se va descubriendo las relaciones de una reivindicación inmediata con cuestiones más generales y radicales de cambio social. “La lucha por la prolongación de la escolaridad, por la reeducación profesional obligatoria está ligada a la lucha por la escala móvil de salarios y por la escala móvil de horas de trabajo. […] La lucha por las grandes obras está ligada a la lucha por la expropiación de los monopolios, de hecho por la nacionalización del crédito, de los bancos y de las industrias claves.” (Trotsky, 2007, p.166).
Por tanto las consignas transitorias deben captar la differentia specifica (Marx, 2007, p.163) de cada desarrollo particular del capitalismo – así como América Latina presenta un desarrollo hípertardío, dependiente, desigual y combinado, también deben ser así las consignas transitorias tal como el programa de transición: desiguales frente a los diferentes contextos, pero combinadas tal como se combinan los diferentes desarrollos capitalistas dependientes. “Los sectarios sólo son capaces de distinguir dos colores: el blanco y el negro. Para no exponerse a la tentación, simplifican la realidad. Se niegan a establecer diferencias entre los campos en lucha […] debido a que los dos campos tienen un carácter burgués.” (Trotsky, 2007, p.108). La conquista del poder por el proletariado o indirectamente por un grupo revolucionario que se identifique totalmente con los oprimidos no define el carácter socialista de una revolución – eso no depende de una definición formal, sino de la marcha ulterior de los acontecimientos, de la comprensión entonces de la especificidad de ese contexto. Si el proletariado se ve de alguna forma suprimido por una coalición burguesa – que suele incluir a los campesinos liberados por el proletariado – entonces la revolución conservará su carácter burgués, limitado. En cambio, si el proletariado consigue poner en movimiento todos los recursos de su hegemonía política para romper el marco nacional de la revolución, ésta se puede convertir en el prólogo de la transformación socialista mundial. La cuestión de saber si una revolución se detendrá en una etapa determinada sólo permite una solución condicional. La simple definición de una revolución como “burguesa” o “proletaria” no dice absolutamente nada acerca de las características de su desarrollo interno, ni por tanto sobre la táctica a adoptarse (Trotsky, 2008, p.63). “Las peculiaridades del desarrollo nacional de cada país encuentran su expresión más aguda en la situación de los campesinos y parcialmente en la pequeñoburguesía (artesanos y comerciantes)…” que no raro desarrollan formas de intercambio no capitalistas[3] (Trotsky, 2007, p.82): para esos sectores el estudio de sus especificidades condiciona todo el objetivo de las consignas transitorias.
La misión del programa de transición “…consiste en aniquilar la dominación del capital, su objetivo es el socialismo. Su método, la revolución proletaria. Sin democracia interna no hay educación revolucionaria.” Por tanto, sigue Trotsky, “El régimen interno de la IV Internacional está basado en los principios del centralismo democrático: completa libertad de discusión, absoluta unidad de acción.” (Trotsky, 2007, p.112). El primer momento de la revolución permanente exige organizaciones propias a tal contexto para llevar adelante el programa de transición, pues cambian de acuerdo con el tipo de lucha transitoria (Trotsky, 2007, p.73); los diferentes órganos internos a la organización general deben poseer autonomía, como los de la juventud, por más que esa autonomía esté en tensión con el centralismo y ponga en peligro a la organización (Trotsky, 2007, p.158).
Levantando reivindicaciones originadas infaliblemente de los males engendrados directamente por el capitalismo, donde la gente más claramente pueda sentir sus insuficiencias y constreñimientos, toda reivindicación local, parcial, económica, deberá ser un paso hacia la reivindicación general del programa de transición (Trotsky, 2007, p.219), subrayándose siempre el carácter de clase (Trotsky, 2007, p.221). En ese proceso dialógico (Freire, 2005) se opera un elemento dialectico vital de la revolución: un proceso de socialización tanto de la vanguardia revolucionaria como de las masas oprimidas a través de la dialogicidad de ese contacto. En suma, ese proceso de socialización de la vanguardia revolucionaria y del pueblo oprimido es el desarrollo mismo de las reivindicaciones transitorias. En la revolución cubana la guerrilla significó ese primer proceso de socialización, en el contacto de la vanguardia guerrillera con los campesinos (Florestan, 2007, p.125), siendo el segundo momento cuando la burguesía definitivamente pierde la hegemonía (caída de Urrutia), iniciando el proceso de pre-transición basado en la revolución desde el poder y en la pedagogización revolucionaria de las masas que se radicalizaban y exigían respuestas a la altura de la vanguardia guerrillera en el poder (Florestan, 2007, p.133-5), y consecuentemente las sucesivas fases que de ahí se desencadenan siempre girando a la izquierda y al fondo de las masas[4].

4) La vanguardia guerrillera como elemento de dualidad de poder (proto-Estado), del proceso de sociabilización revolucionario y portador radical de las consignas transitorias

La guerrilla fue la estrategia castrista de síntesis política que unificaba a las fuerzas acumuladas de todas las corrientes, más o menos revolucionarias, para la creación contra-hegemónica en la ausencia de una organización revolucionaria fuerte y experimentada, pero irradiando una ideología revolucionaria largamente cultivada (revolución por Cuba y para Cuba) que servía de base para tal unificación[5] (Florestan, 2007, p.121y114), avanzando en aquel “nuevo tipo de insurgencia” marcado por el ataque al cuartel Moncada como “verdadero patrón revolucionario” promovido desde entonces por el Movimiento 26 de Julio (Florestan, 2007, p.124). Era una estrategia audaz pues se desencadenaba la guerra civil desde un polo militarmente débil, la guerrilla, que debería ser compensado por la retaguardia compuesta por el movimiento popular en general y un movimiento político específico (M-26) con fines de impedir el asilamiento de los guerrilleros, que a su vez deberían girar permanentemente a las clases trabajadoras como eje de movilización y participación en el proceso. “La guerrilla concentró en sí el microcosmos de la revolución en disparada y en actividad estuante.” En la ausencia de un partido revolucionario fuerte y concretizado para la revolución, la guerrilla fue por algún tiempo “…simultáneamente el partido y su brazo militar.” El partido mismo nacería después de la conquista del poder inspirado en el mismo “espíritu guerrillero”; “…ella parecía frágil, pero era imbatible, porque se convirtió en heredera y partera de una guerra civil que se atrasara en el tiempo pero no en su potencial revolucionario.” (Florestan, 2007, p.125-7). Si es evidente “que la guerrilla no hizo todo sola” vemos que la “…fuerza histórica de la guerrilla no estaba en ella misma, sino en la guerra civil, que ella desentrañó de la situación revolucionaria preexistente.” (Florestan, 2007, p.1116).

… la guerrilla desempeñó cinco funciones distintas: primero, abrió por vía militar, un espacio histórico para la actuación organizada de las fuerzas sociales revolucionarias. Segundo, retiró la guerra civil del estado de intermitencia prolongada y de eclosión esporádica, de baja o ninguna eficacia política. Tercero, lanzó a la guerra civil a la masa de la población, dio la mano armada a los “proletarios” y a los “humildes” del campo y de la ciudad, y los hizo activos contra el orden. Cuarto, elevó así el tenor revolucionario de la guerra civil y lo mantuvo encendido, al servir de garante a las aspiraciones económicas, sociales y políticas de la clase trabajadora y de la población pobre (debido a esta función de la guerrilla las alteraciones revolucionarias absorbieron el impacto político del sector excluido de la sociedad cubana). Quinto, operó del comienzo al fin, como la brújula política de la revolución que debería extinguir la guerra civil, canalizando políticamente las energías sociales vírgenes que las clases trabajadoras y la población pobre lanzaron en el circuito histórico, y orientándolas en el sentido de que actuasen, colectivamente, como el motor de la revolución nacional y democrático-popular. (Florestan, 2007, p.115) […]Antes de liberar la nación, ella liberó un espacio histórico para la eclosión política de las clases trabajadoras y de la población pobre y con eso, soltó la guerra civil, colocándola a su lado, sirviéndola como su ejercito, protegiéndola contra la traición y el sabotaje, llevándola hasta el fin y hasta el fondo, amarrándola definitivamente a la impulsión revolucionaria de los proletarios y de los humildes. (Florestan, 2007, p.112).

Al cerrarle las filas al bloque contra-hegemónico dándole cierta coherencia y cohesión con la realización del espacio guerrillero se hizo efectiva una situación de doble poder al transferirse un contexto de guerra civil latente al plano de la cotidianeidad: cambia la situación revolucionaria existente cuando la relación entre las clases sociales y la guerrilla hace avanzar y da dirección definida a la “potencialidad disgregadora o constructiva” de la lucha de clases en aquella situación concreta posibilitando a las clases trabajadoras a enfrentar como suyas las tareas políticas de una situación revolucionaria (Florestan, 2007, p.115-7). De aquí podemos ver la importancia de la mencionada socialización revolucionaria que es el intercambio dialógico entre vanguardia y movimiento popular realizando un programa transitorio originado desde abajo hacia la situación de doble poder. “La dualidad de poder es a su vez el punto culminante del periodo de transición. Dos regímenes, el burgués y el proletario, se oponen, irreconciliablemente uno al otro.” (Trotsky, 2007, p.94).
La guerrilla representó una “…fuente de socialización política revolucionaria de las masas populares…” (Florestan, 2007, p.116), el “…verdadero eslabón estructural y dinámico de la socialización política revolucionaria, de la fermentación de la conciencia revolucionaria y de la movilización de las masas para la revolución” y por eso “…fue la anticipación concreta de lo que debería ser la nueva sociedad cubana” (Florestan, 2007, p.127), preparando el “…terreno para el confronto más arduo y difícil con el imperialismo.” (Florestan, 2007, p.118): “…la resocialización de la personalidad básica presupone una identificación revolucionaria con el pueblo que posibilita la proposición de palabras de orden revolucionarias concretas y la lucha nacional por el poder. La ideología brota, pues, de abajo para arriba y de las masas a la vanguardia política.” Es la absorción de la ideología de las bases por la vanguardia política que transforma esa ideología en consignas concretas, que refractar su efecto sobre el pueblo genera un efecto dialectico: resocialización de la vanguardia política en concomitancia con la de los sectores oprimidos, en dependencia mutua – de ahí la importancia de la dialogicidad[6] (Florestan, 2007, p.128).
El contacto con el campesino madureció al guerrillero y la formación de un verdadero proto-Estado convirtió al guerrillero en hombre político representado como “amarramiento con el poder popular y la profundización anticipada de la revolución.” “Fue debido a esta circunstancia que la guerrilla operó como un equivalente psicosocial y político del partido revolucionario.” Los guerrilleros se situaban frente a los campesinos “como compañeros en el sentido más propio de la palabra” y las desigualdades entre ambos se limitaba al “ámbito técnico del ejercicio de la autoridad” por parte de la guerrilla. (Florestan, 2007, 127-8). En el ejercicio del proto-Estado (doble poder) se hicieron efectivas las medidas de cambio en la vida como mejoramiento (escuela a los campesinos, distribución de las tierras en los territorios dominados, etc.) – llevando a la identificación plena de la vanguardia con el movimiento popular (Florestan, 2007, 130), lo que fue su proceso de resocialización resultando en que esa vanguardia conciba y proyecte la revolución como entidad de la mayoría. “En suma, en el proceso de la conquista del poder la propia revolución social fue anticipada. La actividad legislativa y ejecutiva que el ejercito rebelde forjó construía el espíritu revolucionario del guerrillero dentro de la acción.” (Florestan, 2007, 132). Con todo, el ataque frontal al régimen nunca dejaría de ser de orden preponderantemente moral, mismo después de conquistado el poder e iniciado el difícil proceso de transición sin las condiciones objetivas suficientes.

Por su vez, el ataque frontal contra el orden fue montado en términos de condena moral, esta sí, extremista y candente, pero también formulada en términos concretos: los excesos de los poderosos y de la dictadura, los efectos de la expoliación extrema, los males de la corrupción y de la sumisión a los intereses extranjeros, los defectos de la concentración agraria, de la monocultura, de la dependencia a un mercado etc. (en ese sentido la unidad política de la revolución procedía inicialmente de su eje democrático). En consecuencia, el radicalismo utópico-ideológico sólo tenia saliente en la esfera de los sentimientos humanitarios y patrióticos […] Lo que permitía llegar a todas las clases y movilizarlas para la revolución sin atizar el antagonismo de clases y lanzarlas unas contra las otras. (Florestan, 2007, 122-3).

Si es verdad que Cuba ya poseía, diferente de América Latina, una “tradición de la guerrilla” (Floresta, 2007, p.112), también es verdad que las dictaduras preventivas (aproximadamente 1960-1985) dan un arsenal de lucha armada a la acumulación cultural y el neoliberalismo da el arsenal de lucha de masas contra las privatizaciones, la precarización, la desigualdad, etc. – pero ambos separados en el tiempo y espacio frente a una sociedad capitalista consolidada y más desarrollada que la cubana ’50.
Por más evidente que sea la ignorancia de Fidel sobre el programa de transición de Trotsky, de lo expuesto es interesante percibir como confluyen ambas propuestas prácticas revolucionarias, que en sus drásticas diferencias contextuales y específicas no hacen más que reafirmarse a sí mismas, una vez conocida la importancia de dar la énfasis a las peculiaridades en el programa transitorio dentro del primer momento de la revolución permanente y entre el primer y el segundo momento.

BIBLIOGRAFIA

Chasin, José (2000): “A via colonial de entificação do Capitalismo”, en A miséria brasileira: 1964-1994 – do golpe militar à crise social, Santo André, São Paulo, Estudo e edições Ad Hominem.
Florestan, Fernandes (2007): Da Guerrilha ao Sociaismo:a Revolução cubana, São Paulo, Expressão Popular.
Freire, Paulo (2005): A pedagogia do oprimido, Editora Paz e Terra, Río de Janeiro.
Marx, Karl (2002): Sobre a questão judaica, Ed. Martin Claret, São Paulo.
Marx, Karl (1995): “Glosas Críticas Marginais ao Artigo "O Rei da Prússia e a Reforma Social". De um prussiano.” Tradução: Ivo Tonet, en Revista Praxis, n. 5, Belo Horizonte.
Marx, Karl, (2007) Elementos Fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, Tomo 2, Siglo XXI Editores, México, D.F.
Trotsky (2007): La Revolución Permanente: Buenos Aires, Libros Anarres.
Trotsky (2008): El Programa de Transición y la fundación de la IV Internacional, Buenos Aires, IPS.


[1] Eso también nos ayuda a pensar la necesidad del oprimido en utilizar la figura de un personaje individual que encarne todo un contenido de aspiraciones al cambio social.
[2] La revolución a partir de arriba no fue un fraude en contra la revolución. “Él (ejercito rebelde) aparecía como el único sector de la nación que tenía una relación orgánica con la revolución. Además, de él dependían el rumbo y los ritmos del proceso revolucionario”. Esa modalidad de revolución la impidió de degenerarse y la radicalizó permanentemente (Florestan, 2007, p.159); siendo que después de ’59 se inicia un proceso de “guerrilla política” (Florestan, 2007, p.134). “…la “revolución dentro de la revolución” seria un proceso gradual, por etapas, de victorias sucesivas y encadenadas, militares y políticas, por las cuales el agravamiento constante de la guerra civil permitiría pasar a un profundización de la situación revolucionaria (y viceversa). [Hasta el agotamiento del adversario…” (Florestan, 2007, p.122).
[3]El problema agrario, y con él el problema nacional, asignan a los campesinos, que constituyen la mayoría aplastante de la población de los países atrasados, un puesto excepcional en la revolución democrática. Sin la alianza del proletariado con los campesinos, los fines de la revolución democrática no sólo no pueden realizarse, sino que ni siquiera cabe plantearlos seriamente. Sin embargo, la alianza de estas dos clases no es factible más que luchando irreconciliablemente contra la influencia de la burguesía liberal-nacional” (Trotsky, 2008, p.154). Alianza que “…no puede basarse en a coacción, sino sólo en un acuerdo voluntario que debe consolidarse en un “pacto” especial. Este “pacto” es precisamente el programa de reivindicaciones transitorias, libremente aceptado por las dos partes.” (Trotsky, 2007, p.84)
[4] Esa es la perspectiva para abordar la revolución cubana hoy: no parece estar girando a la izquierda y al fondo frente a la crisis actual, sino que la vanguardia parece estar intentando preservarse al costo del proceso revolucionario pues mantener las instituciones revolucionarias no es más importante que sostener la planificación girando cada vez hacia abajo, al fondo y a la izquierda hacia la autogestión de la vida
[5] La “retorica conciliadora” fue constantemente sobrepasada (ultrapasada) por el comportamiento revolucionario, pues, si ella unificaba políticamente a la oposición, esa oposición era en último termino identificada por la guerrilla como siendo el movimiento social de las clases trabajadoras, dejando cada vez una franja muy estrecha de acomodación a la burguesía “simpática a la revolución” (Florestan, 2007, p.129) y disociándose gradualmente de los compromisos del “frente amplio” inicial (Florestan, 2007, p.143).
[6]